Abrazando cuervos.
Llegan oscuras como blancas sonrisas
engañosas.
Arañan hasta estigmar viejos surcos sembrados.
En la estancia el dulce amarga,
ya no huele a té afrutado.
La herida se abre
y cicatrizar no puede, y sangra:
no hay agujas,
ni guantes, ni manos, ni hilos,
ni ganas.
ni ganas.
Los cuervos esperan,
acechan siempre que huelen sangre.
Entran en las carnes abiertas,
picotean escombros de entrañas:
esas que aman como saben libres,
cansadas de tejer sueños con lanzas.
Barras de hierro cierran la herida:
herrumbre gastada.
Revolotean furiosos en negra maraña.
El aire falta.
Graznan roncos estertores,
rompen sus recias plumas con dolores consentidos.
Abrazo mis carnes y me hago ovillo:
se cierra la jaula, jadean dentro.
se cierra la jaula, jadean dentro.
Enmudece el silencio.
supura la herida,
se olvida el recuerdo.
Comentarios
Este, en concreto, llega hondo. Demasiado dolor, demasiado.
Lo siento, Ana, pero no te queda otra que quitarte el sombrero y abrirte a la lírica miguelangelina.
Estupendas letras, mi querido amigo, un placer.
un abrazo