Nancy Fabiola Herrera E ra el año 1999, era abril. Tomé un vuelo Madrid-Nueva York. Ventanilla. Me gusta la ventanilla. ¡Qué bien! Podría echar una cabezada, o dos. A mi lado se sentó una chica, morena, con ojos rasgados y una boca digna de ser recordada. El viaje iba a ser largo, muy largo, pero fue corto muy corto. Buenos días , me dijo con deje canario: ¡Una Canaria, a mi lado, en un vuelo desde Madrid hasta Nueva York! Eso sí es casualidad. A poco de despegar la vi sacar un libreto de ópera (primera vez que veía uno). “ El Barbero de Sevilla ”, lo recuerdo, ella iba a hacer una audición en esos días. Vivía en Nueva York, se llama Nancy, Nancy Fabiola Herrera . Le pregunté en qué consistía una audición, cómo vivía allí, por qué, satisfizo mi curiosidad con una buena dosis de paciente generosidad, así es Nancy. Le pedí que me cantara. Me cantó. Me cantó el aria de Fígaro , en voz baja, no era cuestión de dar un do de pecho a 9000 metros, o más, pero en el susurro de su voz,