El péndulo
Fotografía: Péndulo Autor: Miguel A. Brito |
Me acerco demasiado y se ríe de mi, atrapa mi reflejo en su péndulo cromado. ¡Será engreído el puñetero reloj! Don Sabino, su dueño, me dice que él tenía cinco años cuando el aparatejo llegó a su casa, que vino de muy lejos, de La Habana quizás. Yo vuelvo la mirada hacia él y veo su cara llena de arrugas y las comparo con las vetas en la madera del reloj, igual de hondas, igual de oscuras. Han crecido juntos, envejecen juntos. Sus corazones laten igual de pausados, golpes miméticos, sincrónicos. Fantaseo imaginando una conexión inalámbrica desde el primer día que el reloj entró a su casa; un tic pendular que se cuela por sus oídos y acciona un bum ventricular en el corazón de Don Sabino. ¿De ahí vendrá la serenidad de su voz? Caigo en la cuenta de que yo no tengo referencias tan rítmicas, que mis relojes son silenciosos, que los sonidos que oigo son más ruidosos, menos pausados, más imprevisibles: teléfonos, cláxones, la batería del hijo de la vecina,... ¿Vendrá de ahí esta sensación de falta de sosiego?
Lo tengo decidido: Mañana me compro un reloj de pared con un péndulo enorme, y dejaré que marque el ritmo de mis días.
Comentarios
Pasa un bonito día y que nuestros relojes sigan marcando las horas.