La A invertida de Javier Álvarez: jugando con el sol.
Javier Álvarez (Foto: Miguel A. Brito) |
Javier Álvarez cantó para nosotros, un reducido grupo de personas, su último trabajo que insiste en enseñar y no grabar, en regalarlo y no venderlo, retomando esa historia que vivió hace más de veinte años cuando hacía lo mismo, en el "jardín de su pueblo" en Madrid, acompañado de su guitarra. Allí había que ir para escuchar su música, no se vendía en otra parte. Allí cambió su "prometedora carrera de filólogo" por la guitarra porque, tal como se lo inventó, ese era su "porvenir". Está tan enamorado de esas seis cuerdas que anoche no pudo evitar besarla en sus curvas recordando los principios de su idilio. Me emocioné. Por aquel entonces se cruzó con Pedro Guerra, que ya cantaba en Libertad8: vente tú conmigo a cantar al local, le decía Pedro, a cambio de que vengas conmigo a cantar a mi jardín, le respondía Javier. De este modo empezaron los primeros intercambios de lugares y colaboraciones entre artistas. Después de ese proceso de autoformación a lo "operación cantautor" como le gusta decir a Javier, se fraguó esa nueva generación de cantautores que salieron del asfalto, de las plazas, de las bocas del metro, de los escenarios minúsculos de los primeros locales de autor.
El viernes me dejé llevar por esa voz tan pegada a la guitarra, tan llena de sostenidos agudos, inagotables, colgando de un hilo, a punto de caerse, haciendo funambulismo con esa voz tan reconocible y especial que tiene Javier. Escuché su disco A, la A invertida, la que sólo existe en sueños, los que tuve yo y otro puñado de afortunados, como yo. Escuché la cara A y la cara B de un tirón, mientras veía caer partituras, a su derecha, a su izquierda, sembrando la alfombra de frases dichas y cantadas, sin poder rebobinar el cassette porque el sol se puso y ya no veía nada, y no encontraba la tecla del reproductor porque no existía, porque nunca existió, era un juego, el juego de Javier, magia musical. El sol se puso. Me invitaron a jugar que me inventaba un disco y el viernes jugué y lo inventé, el mío propio. Gracias por este gran regalo, Javier.
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