Todos lo saben
L os límites del egoísmo del ser humano se ponen a prueba ante una conmoción, ante lo que se da en denominar, muchas veces, catarsis. A lo largo de nuestra vida, vamos atesorando pequeños o grandes aciertos que combinamos con algunas equivocaciones o malas decisiones sobre las que nos empleamos en poner paños calientes, firmando pactos de no agresión para vivir la tensa tregua de nuestra existencia en comunidad, porque en comunidad, para sobrevivir, nos necesitamos, incluso a regañadientes. Se llama egoísmo, es así. Tenemos en los genes ese rasgo antropológico: somos egoístas por necesidad, para defendernos. La prueba de nuestra “buena educación” se produce con la aparición de un hecho lo suficientemente importante. Ahí se acaba la partida y vaciamos sobre la mesa todas nuestras razones y comparamos, las nuestras con las del otro, en una suerte de GameOver donde enseñamos las cartas para ver quién se lleva más triunfos, sin pensar, ciegos por la desesperación, en que no se trata