La serena espera.
El paisaje de las tardes en mi calle nunca será el mismo en tu ausencia. Tu arrastrar de pies a pasos cortos, acompasados al ritmo de un corazón cansado de latir, y el jadeo por el esfuerzo quedan para siempre en mi recuerdo.
Me contabas, asomando sonrisas breves tras las tristezas, de lo que te gustaban los bailes, las guitarras, las bandurrias, las romerías, antes, mucho antes de tus abandonos, cuando enviudaste siendo demasiado joven y hermosa como para merecerlo, quedándote con dos niños tan pequeños a los que criar. El grande y el chico, el casi marido, y el solo hijo.
La vida te dio, algunos años después, el zarpazo de enviudar por segunda vez, esta vez de tu hijo mayor, el casi padre, el casi esposo, y el tiempo hizo el resto arrugando tus manos, enturbiando tu mirada tras lágrimas sedantes y volviendo más cansino tu andar, más improrrogable tu vivir.
Mi calle está vacía.
Ya no veo abrir por las mañanas y cerrar por las noches tus ventanas desde detrás de las mías. Ya no siento tu presencia aunque no te viera. Ya no oigo el ladrido alegre de tu querida Chispa, cuando sentía que te acercabas tras el paseo vespertino. Solo alcanzo a ver ausencias. Tu casa se cerró para siempre y no pude abrazarte y despedirme.
Hace dos meses daba un paseo acompañado de mi cámara y te encontré en la calle. Te pedí que sonrieras para fotografiarte. ¿Te acuerdas? Lo intenté muchas veces. No fui capaz de hacerte sonreír. Ahora entiendo esa expresión de serena espera en tus ojos. Recuerdo haber acariciado esa tarde tu cara y susurrarte un "Ay, Antoñita..." Quizás algún día comprenda que el sufrimiento es de quien lo padece y que es vedado a los demás. Espero que sea tarde, o mejor nunca.
Un fuerte abrazo, Antoñita. Un fuerte beso.
Vive en mis recuerdos.
A Antoñita, con cariño eterno
Me contabas, asomando sonrisas breves tras las tristezas, de lo que te gustaban los bailes, las guitarras, las bandurrias, las romerías, antes, mucho antes de tus abandonos, cuando enviudaste siendo demasiado joven y hermosa como para merecerlo, quedándote con dos niños tan pequeños a los que criar. El grande y el chico, el casi marido, y el solo hijo.
La vida te dio, algunos años después, el zarpazo de enviudar por segunda vez, esta vez de tu hijo mayor, el casi padre, el casi esposo, y el tiempo hizo el resto arrugando tus manos, enturbiando tu mirada tras lágrimas sedantes y volviendo más cansino tu andar, más improrrogable tu vivir.
Mi calle está vacía.
Ya no veo abrir por las mañanas y cerrar por las noches tus ventanas desde detrás de las mías. Ya no siento tu presencia aunque no te viera. Ya no oigo el ladrido alegre de tu querida Chispa, cuando sentía que te acercabas tras el paseo vespertino. Solo alcanzo a ver ausencias. Tu casa se cerró para siempre y no pude abrazarte y despedirme.
Hace dos meses daba un paseo acompañado de mi cámara y te encontré en la calle. Te pedí que sonrieras para fotografiarte. ¿Te acuerdas? Lo intenté muchas veces. No fui capaz de hacerte sonreír. Ahora entiendo esa expresión de serena espera en tus ojos. Recuerdo haber acariciado esa tarde tu cara y susurrarte un "Ay, Antoñita..." Quizás algún día comprenda que el sufrimiento es de quien lo padece y que es vedado a los demás. Espero que sea tarde, o mejor nunca.
Un fuerte abrazo, Antoñita. Un fuerte beso.
Vive en mis recuerdos.
A Antoñita, con cariño eterno
Comentarios
Enhorauena.
Saludos.
Hay personas que dejan huella incluso en su silencio y su tristeza se hace un poco la nuestra.
A pesar de las tragedias que marcaron su vida, tuvo suerte de contar con alguien que supo darle afecto, antes y después de su muerte.
Me has emocionado, Miguel, muchísimo, más de lo que pueda expresar.