Rumiando.
Raúl quería ser poeta. Con esa vocación había alimentado de goces su cuerpo. Placeres contables e incontables. Viajó por el mundo con actitud camaleónica, mezclado entre sus gentes sin ser visto. Leyó clásicos, los más, y entró en el alma de los poetas hasta alcanzar a ver sus vísceras abiertas. Vio, tocó, olió, bebió fascinado en la fuente de la vida antes de tomar la decisión de escribir y contárselo a todo el mundo.
Se sentó a escribir una tarde de mayo. Lo primero que dibujó fueron trazos breves y frases inconexas. Poco fluidas. Nada reveladoras de sus sentimientos. Rompió una y otra vez papeles garabateados de absurdos. Observaba con impotencia cómo sus pensamientos se desvanecían al asomar por la punta de los dedos.
Raúl dejó entonces de escribir y se sentó en el sofá del salón para revolcarse en él con sus sentimientos. Amor y odio. Desprecio y fascinación. Deseos incontenibles y ascos infectos. Mezclando palabras y sentimientos elaboró platos a veces placenteros y a veces difíciles de digerir. Tortuosos. Rumió toda aquella comida verbal, la única que comió durante días, y por fin encontró un hilo al que agarrarse y empezó a tirar de él para escribir. Llenó hojas y hojas de poemas que describían al mundo, al hombre, la vida y la muerte, y tanto escribió que acabó después de varios días extenuado. Solo y vacío. Llamaron a la puerta con insistencia e intentó hablar, pero ya se había olvidado de hacerlo. Solo sabía escribir y leer lo que escribía. Tuvo hambre otra vez y decidió volver a sentarse a la mesa y comerse de nuevo las palabras que había vaciado sobre el papel. Platos cocinados, ya fríos, listos para volver a ser comidos y vomitados de nuevo en un círculo infinito y vicioso de bulimia literaria.
El hedor que provenía de la casa de Raúl llegó hasta la oficina de los Servicios Sociales. Decidieron, al ver su caso, que lo mejor sería sacarlo de allí. Le prohibieron escribir. Escondieron lápices y papeles mutilando sus manos. Se quedó cocinando entonces platos en su cabeza. Platos hechos de palabras caleidoscópicas. Impronunciables. Rumiando recuerdos.
Comentarios
Sabes que esta frase me ha conquistado, el texto es muy bueno.
Creelo muy bueno.
Un abrazo
Un abrazo,
FranCo.
Lo rumiaré en la soledad de MIS recuerdos caleidoscópicos.
Un abrazo reiterativo y recurrente.
Ana