Marcial carcajada
La culpa fue de Manso, ese gordo de pelo lacio, ese criador de malvas casi dos horas diarias en el pasillo, justo entre la puerta de Dirección y la del Gimnasio. Manso, el Rey de las gracias.
Tenía el don del influjo y nos hacía bailar a su antojo. No en vano nos llevaba ventaja ya que repetir tres cursos le había dado la experiencia necesaria. Su último reto fue hacerme reír justo en el momento en el que estaba prohibido: a la hora en que salíamos del colegio, cuando nuestro silencio estaba acompañado por el Himno Nacional. Esperó diez minutos antes de terminar la última clase para posar su manaza en mi hombro y susurrarme con voz entrecortada por una risa contenida “a que te ríes antes de acabar el Himno. No lo vas a aguantar”. No pude evitar imaginarme de pie, mirando hacia la pizarra, huyendo de los ojos de los compañeros, esperando ese acorde final, un Sol Mayor, creo, que nos indicaba el camino de casa. Su reto burlón se había metido en mi cabeza como un mal bicho y despertó las ganas de reír y la angustia de saber que estaba prohibido.
Comenzó a tensárseme la barriga y el pecho tamborileaba al tiempo que la tensión se estiraba hasta alcanzar mis labios que se apretaban para no carcajear. Manso, consciente del efecto conseguido, tarareaba a mis espaldas tras sus dientes el marcial estribillo, aquel del que debíamos sentirnos orgullosos desde hacía no menos trescientos años, y en mi cabeza se pasearon las palabras originales del texto que iban siendo sustituidas por las otras, aquellas de insultantes rimas escritas entre risas en los corros del patio para burlarnos de los próceres de la patria, y donde iba un “pueblo” había un “perro” y donde iba un “yugo” había un “burro”, y ladridos y rebuznos se mezclaban en mi sesera al compás del estribillo que Manso amasaba.
Llegó el momento y Don Crispín, el estirado matemático con su ridículo tupé, nos mandó a poner en pié para rendir Honores a la Patria al compás de la acompasada composición.
Manso me llamó por mi nombre, con el tono y el rintintín justos para hacer tensar mis labios por la risa contenida mientras Don Crispín, el tupeado profesor, nos hacía una cortés invitación a un obligado silencio. Yo intenté entretener los pensamientos al irrumpir los primeros compases y aguanté un tiempo, el que pude, justo hasta llegar al estribillo. Aquellas rimas prohibidas ganaron volumen en mi cabeza al solemne mensaje. Volvió a tensarse la barriga, volvió a apretarse el pecho, se me amorotonó la cara, y mi boca, incapaz de contenerse, se abrió como una bocina para hacer resonar una explosiva carcajada.
Aquella tarde reí. ¡Vaya si reí! Rieron todos en la clase. Todos menos el estirado Don Crispín.
Fotografía: Bandera al viento (MA Brito)
Comentarios
Besos desde el aire
Impresionante la capacidad que tienes para recrear situaciones.
Los he visto: al Manso, a don Crispín, a ti, de niño (bueno, vale, ya sé que no eras tú, que aún no habías nacido, pero te he visto)...
Cuánto me ha gustado.
Un abrazo convulso (por el ataque de risa)
Eso no pasaría aquí en España porque nuestro querido Hinmo por desgracia no tiene letra :(
Un fuerte abrazo!
P.D. Quien no se rió fue quién tu sabes... que tuvo que firmar jajajajaja
Un beso y un abrazo a todos y perdonen la broma!!!
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia!!
Sigue dejándote ver por aquí
Manso era un poco ruinito, te tenia ganas.
Saludos.
Sigrid, me alegra haberte llevado hasta la risa con mis palabras.
Marimer: Qué curioso cómo habiéndolo pasado mal en esos momentos, luego la perspectiva del tiempo te devuelve el recuerdo envuelto en dulce nostalgia.