Pedro Guerra: el rastro de la honestidad
E ntramos de puntillas en el salón de su casa. Éramos más de cincuenta, cien, doscientos y no le molestamos mucho. A pesar del gentío éramos un rebaño silencioso, muy educados. Ya no éramos quinceañeros con ganas de marcha sino maduros ochenteros y noventeros, de los que nos comportamos con el sosiego que da el haber pisado firme y también pasado de puntillas por nuestras vidas. Portada del último trabajo de Pedro Guerra: 30 años. Pedro entró y se quitó el abrigo, y los zapatos, y pisó descalzo el escenario y encendió la luz de la pequeña mesilla llena de recuerdos musicales que le acompañaba a su derecha. Allí reposaban su vieja bandolina rescatada de su infancia, o el pequeño timple, símbolo de su tierra. Se sentó y cogió la guitarra. Él y su guitarra, solos los dos, solos él y nosotros. Y tocó. Primero Daniela , y luego una tras otra fueron cayendo otras muchas canciones que llenaron el auditorio de sonidos y nuestras cabezas de recuerdos, porque treinta años cantando y compon