Te veo.
Cumplía doce años cuando lo vi por primera vez. Me espiaba desde la calle, con su largo gabán y su sombrero calado. Bajo las sombras de su cara se dibujaba una sonrisa a medio hacer, la de quien disfrutaba contemplando mi miedo.
Desde aquel día me acompañó cada día al colegio. Esperaba tras la esquina de clase, se sentaba a mi lado en el comedor, contempló mi cuerpo desnudo en la ducha. Pronto dejé de cerrar las puertas. Ninguna llave podía separarnos.
Los perros nunca le ladraron. No olían su presencia. Acompañaban con gemidos preocupados los gestos de inquietud de mi cara.
Quise compartir con mi madre y mis amigas su presencia, pero ellas no querían saber nada de él. Nos dejaron solos.
Hoy hace treinta años de aquella primera vez. Él sigue a mi lado y aún no veo sus ojos. Su risa se ha esfumado. Ya no se alimenta de mis miedos.
Desde aquel día me acompañó cada día al colegio. Esperaba tras la esquina de clase, se sentaba a mi lado en el comedor, contempló mi cuerpo desnudo en la ducha. Pronto dejé de cerrar las puertas. Ninguna llave podía separarnos.
Los perros nunca le ladraron. No olían su presencia. Acompañaban con gemidos preocupados los gestos de inquietud de mi cara.
Quise compartir con mi madre y mis amigas su presencia, pero ellas no querían saber nada de él. Nos dejaron solos.
Hoy hace treinta años de aquella primera vez. Él sigue a mi lado y aún no veo sus ojos. Su risa se ha esfumado. Ya no se alimenta de mis miedos.
Comentarios
Estupendo texto, no pares.
Besos
Fantástico como siempre.
Ya sé que no es de psicosis de lo que hablamos, sino de ese miedo que nos acompaña siempre. O lo hacemos nuestro compañero o nos aniquila.
Me ha encantado.
Perdón por la irrupción; he aterrizado por casualidad aquí y me atrapó el miedo azul de Luis así que... me estoy permitiendo el lujo de curiosear entre tus letras.