Encuentros de cabina.
Matías tomó asiento en ventanilla. La casualidad quiso que
Manolita, una desconocida septuagenaria como él, cayera en su misma fila pero
en pasillo. Así lo pidió, por si le entraban las urgencias. Se fijó en ella antes,
en la terminal, mezclada entre los otros treinta viajantes del grupo. Se miraron como deslizando
los ojos desde la cara a los pies y luego a un punto al azar, con la intención
de demostrar que el cruce de miradas era tan casual como carente de intención.
Entre ellos se sentó una joven de labios perfilados y pechos turgentes lucidos
en un escote generoso hasta el insulto, muralla insalvable, que impedía
ver y ya no digamos intimar a los dos ancianos durante el viaje. La chica se
incomodó con las miradas de Matías que se reclinaba sobre su hombro intentando
saltar los obstáculos, y no tardó en quejarse a la tripulación y pedir cambio
de asiento por culpa del viejo verde. La ubicaron en primera, al lado de un ejecutivo de percha y pelo brillante que dejó
inmediatamente sus papeles para intentar picar en el escote, sin terminarse de creer la merienda que le había caído en suerte. Mientras, quince filas
atrás, Matías daba el primer paso. Mi
nombre es Matías, ¿y usted? Manolita del Barrio Salamanca. Bonito sitio, encantado
de conocerla.
Comentarios
Son todo una experiencia.
Muy buen texto. De los que me gustan
Como diría un crítico al uso, literario o, mejor, de cine: una magnífica historia de amor crepuscular.
Para mí, una historia rotunda, emotiva y sincera.
Fantástica!
Francisco, ciertamente un vuelo da para mucho, incluso para ligar.
Ana, me gusta eso de "amor crepuscular", me lo apunto. Gracias.
Ángeles, yo también me quedaría con los pechos turgentes, como el ejecutivo... jajajaja.