Suite francesa - Irène Némirovsky
Alguna vez me ha dado por pensar que la mejor novela de guerra sería aquella que escribiera un novelista a pie de trinchera, empuñando una pluma en vez de un fusil, y sintiendo las balas pasando a un palmo de su cabeza. Claro, que ahí correríamos el riesgo de leer una secuencia de acciones frenéticas, sin llegar a vislumbrar el color de las escenas; o peor aún, asistir a un relato desgarrador más cercano a la autoayuda que a una obra literaria. Siempre he creído que el buen novelista debe ser perfecto conocedor de aquello de lo que escribe, pero con la suficiente distancia como para no tomar partido o sentirse parte activa de la historia. Leer Suite francesa de Irène Némirovsky ha roto varios prejuicios que tenía acerca de que un novelista no puede escribir sobre un tema desde el que está viviendo, sobre todo si de una guerra hablamos con toda la carga emocional que ello conlleva. Me entristece que Irène fuera víctima de esa guerra, porque su temprana muerte nos ha privado de conocer a un referente de enormes dimensiones dentro del mundo literario.
Suite francesa nos retrata la Francia de la invasión alemana durante la segunda guerra mundial, pero no desde el desgarro de las escenas de cuerpos mutilados y combatientes en las trincheras. Irène se fija en lo que le rodea, en una burguesía que ha perdido el rumbo, que aún siendo tan pobres como los más pobres, siguen haciendo esfuerzos en mantener con falsos maquillajes una realidad que ya no existe. Irène dota de humanidad al invasor (aquel que no tuvo piedad con ella cuando la llevó a la cámara de gases). Los alemanes de su novela son humanos y tienen sentimientos, y no son más que una víctima más de la guerra.
Suite francesa fue concebida como una obra ambiciosa que se vio truncada tempranamente porque Irène acabó sus días en un campo de concentración. Tenía la intención de que tuviera la estructura de una sinfonía (de ahí el nombre de suite), en cinco movimientos, donde se notaran los distintos tiempos (presto, prestissimo, adagio, andante, con amore,...).
Consta de dos partes. En “Tempestad en junio”, se suceden una serie de cuadros en torno a la huida de las familias parisinas de los bombardeos alemanes sobre el cielo de París. Se retratan familias y personajes de todo tipo que ante la desesperación del momento se roban unos a los otros el agua, la comida o la gasolina sin importar su condición social en medio de un angustioso éxodo. En la segunda y última parte llamada “Dolce”, la estructura es de una novela y la trama se sitúa en un pueblo llamado Bussy, que es ocupada por tercera vez por los alemanes, que se quedan allí a convivir con los habitantes del pueblo durante unos tres meses. Esa situación de cercanía al enemigo hacen que se entrelacen los sentimientos de desconfianza y odio al invasor con otros de aceptación, resignación e incluso simpatía.
La versión que he leído de “Letras de bolsillo” de Salamandra, incluye las notas que acompañaban al manuscrito de Suite francesa hechas por Irène, que nos habla de su oficio como escritora. Era metódica. No dejaba un resquicio a la improvisación a pesar de que escribía a toda prisa, economizando papel y tinta, consciente de que su vida corría peligro y su final podía estar cerca. Sus notas son un verdadero tratado de cómo nace una obra literaria, hecha de trozos de telas, que engarzan unos con otros, no por capricho de las puntadas sino obedeciendo a la estructura de un patrón estudiado, que a lo mejor hay que romper una y mil veces, pero que debe existir para que una obra tenga cuerpo.
Me ha quedado el amargo sabor de no haberla visto terminada como ella la ideó. Sin embargo no importa. Tal como está Suite francesa, aunque inconclusa, es uno de los paseos literarios más redondos que me ha tocado leer nunca. Esa sensación me ha llegado hondo, ya que, a pesar de que leído una novela escrita en 1942, Irène tenía claro que quería ser inmortal: escribía entre sus notas (fechada el 2 de junio de 1942): “no olvidar nunca que la guerra acabará y que toda la parte histórica palidecerá. Tratar de introducir el máximo de cosas, de debates,... que puedan interesar a la gente en 1952 o en 2052...”. Estamos a punto de acabar 2012. Las personas somos otras. No hay fusiles sino bombas radioactivas. Los sentimientos, el amor, las guerras de clases, el recelo, la envidia,... siguen existiendo.
Comentarios
Gracias
Es tan fluida que no te das cuenta de que estás leyendo, sino que vives los que viven los personajes. Está tan bien escrita que solo puedes pensar que el mundo perdió a una de las más grandes.