Sábanas vencidas.
Sus alcobas se tiñeron de malva en la noche, aún cuando solo había
maderas gastadas bajo las tejas del techo. Elena en su cama y Carmelo en la
suya. Habían encontrado en el baile un resquicio para burlar las miradas: las
de la madre de ella apoltronada en la bancada de la plaza, también las del
padre por encima del vaso de vino, y las del hermano, con esa mirada del que
mata sin hablar. Carmelo imaginaba cómo sería tocar su piel por debajo del vestido,
y no podía evitar un arranque de deseo incontenible escapando de sus pantalones,
hasta notarlo ella martilleándole el ombligo. Estaban, ahora sí, bailando según
lo acordado hacía dos semanas en susurros, juntando sus manos que antes habían
acariciado sus partes, aquellas que no se podían nombrar, sacando a bailar sus aromas
ocultos. De regreso a casa se llevaron olores mezclados en sudor, el de toda
una noche de manos juntas. En sus camas solitarias durmieron acompañados,
lamiendo, oliendo, gimiendo, tocando lo propio pensando en lo suyo, lo de él,
de ella, de los dos, encontrándose a pesar de las puertas cerradas,
revolcándose en las sábanas vencidas hasta el canto del gallo.
Comentarios
Bellísimo como cuentas esos momentos,,
Un abrazo
Besos
Magnífico!!!
Aniagua: revivir es seguir sintiendo. Me alegra que sea una historia tan familiar.
Ángeles: Cuántas historias de estas nos han contado. O hemos vivido. Gracias
Ana: Tampoco es plan de agua fría. Tibia quizás...
Besos, muchos.
Amando, ahora recién duchado, a "ensuciarse" otra vez y luego vuelta a duchar: así es la vida.
Amando, ahora recién duchado, a "ensuciarse" otra vez y luego vuelta a duchar: así es la vida.