El zumbar de las cucarachas
Fede cenó lágrimas de rabia en su habitación.
Sólo. ¡Cómo se puede ser tan insensible!, se decía. Había reunido
fuerzas para darle un beso de buenos días a Cris en el patio del recreo. Ella
aceptaba los besos en la mejilla de todos los chicos, además parecía que le
gustaba, pero él nunca se había atrevido. ¿A qué olerá su mejilla?, se
preguntaba. Se acercó, le dijo hola y la besó. Ella respondió con un sonoro soplamocos que tuvo el efecto de un
cohete de feria y estalló en risas estridentes alrededor suyo: el mayor
ridículo de la historia. ¿Qué haces imbécil?, le dijo.
El día fue largo, muy largo. Fede sintió como
si la noticia del bofetón hubiera tenido alcance internacional, mucho más que
la muerte de Lennon a manos de aquel psicópata el día anterior. Lo podía leer
tras él en las miradas y las risas por lo bajo
de los compañeros de clase y de las otras clases. El suceso se extendió como
una pandemia. Quiso por un momento que se recolocara el mundo y que el puto
espermatozoide que fecundó el óvulo de su madre hubiera seguido de largo y que
él no hubiera sido zigoto, ni feto, ni nada. Fede se fue a la cama sin probar
bocado a pesar de que su madre, al ver el gesto triste y contrariado de su
hijo, le preparara pizza para cenar. En el baño, antes de acostarse, se miró
detenidamente al espejo y vio cómo sus espinillas le parecieron más grandes que
antes y la discreta secreción blanca crecía hasta sobrepasar el umbral de lo
admisible del mal gusto, y que su barriga era ya una panza indisimulable por
más que se empeñara en inflar su pecho. ¡Fede, eres feo de cojones, nadie se
enamorará de ti jamás!, ¡ni la más fea de las feas de todas las feas asquerosas
de este mundo!, se dijo.
Fede se acostó
llorando de rabia. Buscó en la penumbra que creaba la luz de la luna que se
colaba en su habitación el póster de Farrah Fawcett con su pelo ondulado.
Adoraba aquellas formas, ese pelo tan lleno de recovecos donde meter los dedos
y enredarse y se imaginó haciéndolo, y hasta le pareció escuchar su risa
divertida. Su boca ciertamente era amplia, amplia como la de Cris, por eso le
gustaba. Volvió a oír, como cada noche, a las cucarachas desperezándose detrás
de los pósters que forraban la pared, pero esta vez no le molestaban ni le
daban asco, hacían que se sintiera acompañado. Él, en cierta manera, se sentía
aquella noche una de ellas, una cucaracha pero enorme, era Fede, el Cucarachón. El desperezar de las
cucas era un crepitar de patas tras el papel, pero esta vez semejaban juguetonas
caricias para sus oídos, hasta tenían ritmo. Volvió a echar un vistazo a la
boca de Farrah y cerró los ojos. Pensó que esa boca de Farrah era la boca de
Cris y le hablaba. Le decía perdóname por lo de esta mañana, pero es que me
dio vergüenza delante de todos, quiero compensarte, déjame que te bese Fede,
ahora que estamos a solas, pero esta vez que sea en los labios, ¡te deseo tanto!
Fede abrió sus labios y sintió los de Cris. Llevó su mano a la boca y sacó la
lengua y repasó sus dedos como si fueran la lengua de ella, y bajó su mano
ensalivada recorriendo su pecho, pellizcando sus pezones, y bajó más hasta
colarse por debajo del pijama y encontrarse con su polla erecta que aquella noche le pareció enorme, desparramando humedad.
La envolvió con su mano que no era mano, sino labios de Cris, labios mojados,
deseosos, culpables pidiendo perdón. Se movían primero lento y luego más y más
rápido, juguetones con su glande, hambrientos. Fede derramó su jadeo por la
habitación y escuchó cómo las cucarachas salían de su cansino letargo asomando
sus cabezas por debajo del papel, y ya no sólo eran crepitar de patas lo que
oyó, sino un aletear zumbón, ceremonioso, pasando cerca de su cabeza,
abanicando el aire dando frescor al ardor de sus mejillas. La mano de Fede se
inundó de orgasmo al tiempo que oía las alas de las cucarachas, que aplaudían
leales cómo su sueño se había cumplido.
Comentarios
Besos
Y la ilustración me encanta.
Desde ahora, las cucarachas serán menos repulsivas para mí, bastaaaaaaaante menos.