El carcelero de las palabras
Ramiro pospone sus conversaciones: mañana se lo digo. Pero Ramiro no tiene mañana porque siempre vive en ayer. Con su silencio y sus quiebros en la conversación, llena su existencia de cuentas pendientes, de dudas por resolver, y las archiva en su memoria de rencores y propuestas de amor encarceladas. Ramiro no habla claro, más bien no habla, y de sus silencios se extienden gruesas cuerdas que lo amarran al pasado, al presente, y su vida se acaba ahí, en el límite de la nada, porque no hay futuro que exista si no hay coraje para inventarlo. Su vocación de carcelero de palabras llena su vida de actos provisionales, casuales y también causales. Una vida al ritmo de los hechos justificados en el malentendido, mientras sus interlocutores se escudan satisfechos en sus bienentendidos. Ramiro no dice lo que quiere decir, tamiza las palabras para quedar bien con todos o mal con nadie, con nadie salvo con él, el único al que nunca debió engañar. Así sus frases cada día son más mudas, hechas para ser escuchadas por los sordos. Ramiro, en definitiva, vive al rebufo de su suerte, apoltronado en el mudo vacío de su existencia, diciéndose cada día esto es lo que me ha tocado vivir.
Comentarios
Y es que el miedo (en este caso al qué dirán) es el peor enemigo del ser humano, cuando cruza la línea de lo normal.
Qué bien escribes!
Abrazos.
María Estévez
Veo el comentario de María y subo a ¡Y qué bien piensas!
Besos
Cierto es Ana: Cuántos Ramiros... Muchas gracias a las dos por esos halagos. :)
Yo tengo trazos de Ramiro y a veces me persigue el miedo al que dirán y me pierdo en la posibilidad de algo que nunca existió.
Hasta cuando somos Ramiros encarcelados en nosotros mismos?
Como siempre un gran texto. Enhorabuena