Culpables
Ay Mundo, querido Mundo.
Muchos te quisimos y entre todos te matamos.
Q.E.P.D.
El Mundo murió. Ocurrió hace una semana. Los jueces de los cinco continentes y los reyes de los siete mares, buscaron y buscaron entre las víctimas los culpables. Los juicios se sucedieron. No habría piedad para el condenado. Los bancos culparon a los irresponsables cretinos que acudían a sus puertas a pedir dinero aún a sabiendas, que pedían más de lo que merecían tener, porque no podrían nunca vivir las vidas de los ricos, aunque la televisión y la prensa rosa y amarilla y carmín les enseñara que bastaba con ser un necio para merecer más elogios que quien arriesgó su vida en una carpa de cruces rojas en el cuerno de África para salvar las de muchos otros, o la de uno solo. Los clientes se defendían con fiereza, argumentando que se habían visto envueltos en una vil trampa de prestamos ilimitados a cambio de nada, bueno, casi nada, sólo la vida del incauto prestatario que asimiló pronto la pérdida del valor de su propia firma estampada. Qué recuerdos los de un mundo en el que el único documento que se firmaba cuando se pedía un préstamo estaba hecho de piel de la mano derecha y del vaho limpio y puro de la palabra.
Ay Mundo, Mundo. Nos creímos sabios por tener el conocimiento absoluto a un solo click de distancia. Todos quisimos un dispositivo de esos que nos contara todo sin necesidad de rebuscar nada. Por creer en algo, nos quedábamos con la primera opinión, aquella que nos enlataban y envolvían en papeles de celofán. Cambiamos lo auténtico de nuestros pensamientos por miradas miopes, incapaces de ver nada más allá de la pantalla cuadrada cuanto tú Mundo eras tan perfectamente redondo. ¿Para qué pensar más, si había mentes privilegiadas, según decían, que gobernaban nuestros destinos? Estábamos en buenas manos. Y si no, no importaba, bastaba esperar, un par de años lo más, y luego invitarlos a irse poniendo aquellos papelitos en aquellas cajitas, a irse por donde mismo habían venido y buscar en el viento fresco de los últimos elegidos nuevos aires aunque siempre se percibían de fondo aquellos aromas a tufo rancio, a ideas gastadas, poco originales, nada salvadoras. Y mientras tanto, eso sí, a sobrevivir, buscando en la trampa el sustento momentáneo de nuestras ociosas vidas.
Ay Mundo, Mundo, querido Mundo. Me acomodé en la complacencia de verte aguantar guerras, huracanes y Tsunamis, inundaciones y sequías, papas y tiranos. Y te admiraba por tu inquebrantable fuerza, tus inagotables recursos y no te escuchaba cómo me decías que eras un globo que se hinchaba, y que no podías respirar más, y que agonizabas en nuestras manos. Y todos nos escudamos en que la culpa era de los de atrás que nos dejaban estas malas herencias y que la solución era de los de delante, que para eso eran el futuro, y nosotros mientras tanto a dejar correr el tiempo, y así una generación y otra y otra tras otra más, cadenas de insensibles mentecatos.
–Señor juez, condéneme a mi. Soy Yo el único culpable.
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Besos desde el aire